domingo, 5 de febrero de 2012

La Playa (IV)

TRABAJAR PARA VIVIR

Otro radiante viernes había amanecido para Max. Su propuesta de hacer de cada día una jornada única e irrepetible ya estaba en marcha. Se levantó temprano para empezar una nueva vida. Tenía una entrevista de trabajo, así que se dio una ducha de agua fría par estar mas centrado. Pasó por la cafetería ignorando a los agentes inmobiliarios que siempre le daban un toque tétrico al establecimiento y Rachel le sirvió el café que le pedía cada mañana con la misma sonrisa de siempre. Cogió el coche alquilado con el que había escapado de su infierno hacía unas semanas y se dirigió a la Editorial Saleman situada en la calle Principal de la ciudad. Apareció en la recepción ataviado con unos pantalones vaqueros y una americana negra, que le favorecía mucho. Era la chaqueta que solía ponerse las noches de fiesta, para ligar. La señorita de la entrada le indicó el piso del director de la editorial. La entrevista fue breve, pero intensa. El presidente era un hombre de mediana edad que parecía alimentarse básicamente con donuts y café con leche, irónicamente, sin azúcar. Tras un par de requisitos y preguntas básicas, el Santa Claus vestido de directivo le concedió el puesto. Aunque Max creyó que sus relaciones extralaborales había causado su rápida contratación, se dijo a sí mismo que quizás fuese su espectacular currículum el que lo había conseguido, algo en lo que empezaba a considerarse un veterano. Su despacho no tenía ningún desperdicio. Sofás de sca, mesa de vanguadia, y una silla de cuero negro componían el exquisito mobiliario de la estancia.
- ¿Le gusta su nuevo despaho, Sr. Dalter?- preguntó la joven de gafas de pasta. Parecía la típica secretaria de gafas pasadas de moda, eficaz y trabajadora, pero con poco gusto para resultar atractiva por su vestimenta. La falda gris por debajo de la rodilla, parecía un par de tallas mas grande de la correspondiente. Y la camisa de flores moradas y verdes, dibujaba unos hombros mas caídos de lo normal. Pero esto no quitaba que la que sería su secretaria fuera simpatica.
- Si - dijo Max.- Gracias Georgia.
- De nada. – añadió educadamente antes de retirarse elegante y silenciosamente de la habitación.
Max permaneció un par de minutos más. Debia acostumbrarse a aquello, pues el lunes se convertiría en un lugar dónde pasaría mucho tiempo. Alrededor del medio día abandonó la agencia y se marchó a casa

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