miércoles, 28 de julio de 2010

La Playa (II)


DESAYUNO
Su vida había empezado a cambiar en el instante que se dibujó una sonrisa radiante en su rostro. Su modo de concebir el mundo había transformado toda su persona, el Max de siempre había desaparecido, y deseó que fuera para no volver.
A pesar de ser tan sólo las diez de la mañana, la cafetería estaba atestada de los mismos agentes inmobiliarios de siempre, con sus americanas rojas desfasadas que no se quitaban nunca. Max odiaba a esos tipos, eran arrogantes, hipócritas… Pero eso ya no le importaba ese día. Entró y se estremeció al notar el aire acondicionado tan alto, que evidentemente contribuía al calentamiento global. Con su mejor sonrisa dio los buenos días a todos los presentes en la cafetería y se sentó en un taburete de la barra.
Las paredes blancas parecían recién pintadas, aún podía percibirse levemente el olor. El mobiliario también era nuevo, pero le daba un aire frío y sobrio a la estancia. Todo lo contrario a la camarera que se acercaba a él. No le dio tiempo a reaccionar y a intentar borrar la sonrisa que por segundos le hacía parecer cada vez más ridículo.
— Buenos días. ¿Qué vas a tomar?—dijo alegremente la joven.
En otras circunstancias habría admirado sus hermosos ojos, redondos y del color de la esmeralda más pura, habría tratado de conquistarla. Sin embargo, hoy no. Su nueva actitud frente a la vida y su agotamiento emocional solo le permitieron mantener la misma sonrisa estúpida.
— ¿Estás bien? ¿Quieres una manzanilla, un poleo…?
— No gracias. Sólo un café con doble de azúcar. — Había logrado hablar— Para llevar. Gracias.
— Enseguida.
Había perdido muchas cosas, y Max lo sabía. Observó como se alejaba, recordando lo mucho que se parecía a Silvia. ¡No! Se llamaba Raquel, al menos eso ponía en la chapita identificativa que llevaban las camareras de allí. La vio volver con el café que había pedido. Dejó un billete en el banco y volvió a salir del establecimiento pensando en lo raro que había sido el encuentro.

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