lunes, 21 de junio de 2010

Donde empieza la felicidad.

El simple silencio solo estaba complementado por el ensordecedor ruido del viento a su alrededor, pero la cálida sensación del aire fresco en la cara le hacía sentirse bien. Pedaleaba de nuevo, con fuerzas renovadas. Con energía de sobra. Como si se estuviera comiendo el mundo, como al principio.
Y desde la más profunda soledad sonrió.
No necesitaba más, con ella misma, con ser feliz tenía suficiente. No tenía motivo, ni razones. Más bien tenía cosas por las que llorar y lamentarse cada día. Sin embargo ella continuaba hacia delante. ¿De que servía lamentarse?
Solamente escuchar el sonido de la sirena de la ambulancia le hizo recobrar la consciencia y darse cuenta de que, por fin, había logrado acabar con toda aquella farsa.

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