miércoles, 28 de julio de 2010

El valor de la vida


Pienso en los paises en guerra y me pregunto que se siente al estar al límite.
Pienso que la mayoría de gente vive ajena a las guerras abiertas en la actualidad.
Pienso que no nos importa que la gente muera de hambre, por una bomba, un fusil, de sobredosis...
Pienso que no valoramos la vida, porque no hacemos nada por preservar la de los demás y preservamos la nuestra manteniendonos impasibles ante el mundo. En nuestras casas del primer mundo, con la policía defendiendonos, yendo a revisiones médicas periódicas.
Y no valoramos que seguimos en este mundo, con enormes capacidades de hacer grandes cosas.
Porque gente que de verdad quiere luchar muere por estar en el lugar equivocado.
Algún día... algún día estaré allí para contar la historia de esas personas.

La Playa (II)


DESAYUNO
Su vida había empezado a cambiar en el instante que se dibujó una sonrisa radiante en su rostro. Su modo de concebir el mundo había transformado toda su persona, el Max de siempre había desaparecido, y deseó que fuera para no volver.
A pesar de ser tan sólo las diez de la mañana, la cafetería estaba atestada de los mismos agentes inmobiliarios de siempre, con sus americanas rojas desfasadas que no se quitaban nunca. Max odiaba a esos tipos, eran arrogantes, hipócritas… Pero eso ya no le importaba ese día. Entró y se estremeció al notar el aire acondicionado tan alto, que evidentemente contribuía al calentamiento global. Con su mejor sonrisa dio los buenos días a todos los presentes en la cafetería y se sentó en un taburete de la barra.
Las paredes blancas parecían recién pintadas, aún podía percibirse levemente el olor. El mobiliario también era nuevo, pero le daba un aire frío y sobrio a la estancia. Todo lo contrario a la camarera que se acercaba a él. No le dio tiempo a reaccionar y a intentar borrar la sonrisa que por segundos le hacía parecer cada vez más ridículo.
— Buenos días. ¿Qué vas a tomar?—dijo alegremente la joven.
En otras circunstancias habría admirado sus hermosos ojos, redondos y del color de la esmeralda más pura, habría tratado de conquistarla. Sin embargo, hoy no. Su nueva actitud frente a la vida y su agotamiento emocional solo le permitieron mantener la misma sonrisa estúpida.
— ¿Estás bien? ¿Quieres una manzanilla, un poleo…?
— No gracias. Sólo un café con doble de azúcar. — Había logrado hablar— Para llevar. Gracias.
— Enseguida.
Había perdido muchas cosas, y Max lo sabía. Observó como se alejaba, recordando lo mucho que se parecía a Silvia. ¡No! Se llamaba Raquel, al menos eso ponía en la chapita identificativa que llevaban las camareras de allí. La vio volver con el café que había pedido. Dejó un billete en el banco y volvió a salir del establecimiento pensando en lo raro que había sido el encuentro.

La Playa (I)

RECUERDOS
Sonó el despertador y saltó a todo volumen una voz masculina recitando la predicción del tiempo. Pero Max apenas pudo abrir los ojos, los primeros rayos de sol entraban por la ventana. Estiró cada músculo de su cuerpo sin haberse quitado de encima la sábana. Casi sin darse cuenta empezó a escuchar una melodía conocida, le traía recuerdos, buenos y malos. Apagó el aparato de un golpe seco y se levantó de mal humor.
Aunque estaba de vacaciones prefería levantarse pronto para disfrutar mas del día. Se vistió rápidamente, y cogió las llaves del apartamento al salir por la puerta. Ante el se extendían 2 kilómetros de playa de arena fina, desierta. No había ningún turista con cámara de fotos, de ésos que no se separan de su gorro de pesca y el tubo de crema solar. Respiró hondo, hinchando hasta el límite sus pulmones. El olor a mar, a sal, avivó su esencia, como si fuera una droga. La luz acariciaba su rostro.
Se sentó a unos metros de la orilla, hundiendo los pies en la arena húmeda. Aquel paraíso terrenal le transportó a tiempos mejores, donde el tiempo no importaba, tampoco importaba el lugar. Solo la compañía de Silvia era imprescindible.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla le tranquilizaba.
‘Recuerda el 8 de Noviembre’. Esa frase lo devolvió a la realidad. La inquietud se apoderó de él, necesitaba café. Se levantó de la arena y echó un último vistazo a la superficie agitada del mar. Todo cambia y hay que adaptarse al cambio. Él debía hacerlo, lo sabía, por mucho que lo evitara. Todo a su alrededor seguía adelante, y se quedaba atrás.
Abandonó la playa y se dirigió a la única cafetería abierta. Decidió que ese era el día que cambiaría todo.

domingo, 25 de julio de 2010